Cada vez que observo los ninots falleros fundiéndose bajo las llamas, en un poético desvanecimiento de cadencia lenta y suave, y anunciando el final de un ciclo que periódicamente se repite, no puedo evitar verlo como acertada metáfora de la vida en general, y más acertada similitud de la relación de las propias comisiones falleras con la Agencia Tributaria.

Y es que el noviazgo entre Fallas y AEAT tiene su historia, con altos y bajos como todas las relaciones, con acercamientos más o menos cariñosos, intercalados en otros periodos de puro reproche y cabreo de enamorados, de esos que insanamente provocan acciones contra el otro por el placer de chinchar.

El IVA: el elemento que trajo el conflicto a la relación

Cuando se aplicó por primera vez el IVA, allá por el año 1986, se declaraban exentas de este impuesto las prestaciones de bienes a entidades no lucrativas, como las asociaciones falleras, por lo que estas pagaban a los artistas los importes de los ninots encargados, sin tener que soportar IVA. Las cuentas eran sencillas: sus ingresos provenían de las cuotas de sus socios y de los ingresos de patrocinadores, y su mayor gasto estaba exento del impuesto, aunque con otros gastos menores de variada índole tuvieran que asumirlo.

Sin embargo, con la actual Ley del IVA de 1992, desapareció la exención, y se obligó a que las obras de arte (fallas incluidas) tributaran al tipo reducido, que entonces era del 6%. El tipo subió en 1995 al 7% y en 2010 al 8%.

Estos impuestos indirectos los asumían las comisiones falleras estoicamente, sin posibilidad de deducirlos, porque como asociaciones culturales no pueden vender productos ni emitir facturas donde aplicar un IVA devengado que luego puedan compensar con el soportado.

Aumento de costes puro y duro.

Y más aún, la siguiente estocada vino en septiembre de 2012, cuando se subieron los tipos de IVA a los actuales de 10% y 21% para reducido y general respectivamente. Los ninots falleros pasaron a tributar por el tipo general, lo que supuso pasar del 8% al 21% de golpe. Este aumento de gastos para las comisiones no se limitó a los monumentos falleros sino a todo el resto de compras de bienes o prestaciones de servicios necesarios, como por ejemplo contratación de música, pirotecnia, compra de flores, etc. que también pasaron a tributar al 21%.

Esto trajo consecuencias importantes, como el aumento de costes para los artistas falleros – que estos últimos años están, como Robinson en la isla, intentando sobrevivir por puro amor a su arte porque los números ya no salen -, ya que también se encarecieron los materiales y los costes de personal, mientras las comisiones falleras reducían sus presupuestos justamente por el impacto del IVA. 

Ante un gremio de artistas que cada vez ve menos viabilidad económica en sus actividades, la existencia de las fallas también peligra.

Y después de este periodo tumultuoso en la relación AEAT-Fallas, tocaba dar cariño de nuevo a las comisiones falleras, y en enero de 2014 se aprobó una rebaja al tipo reducido del 10%, que sigue vigente, para todas las entregas de arte, lo cual incluía a los monumentos falleros. Un pequeño respiro que permitió, si no crecer, al menos paralizar el decrecimiento de la fiesta fallera.

Y así están las cosas, con la novia de morros, pero intentando llevar la relación lo mejor posible. 

La forma de las inspecciones: o cómo bombardear la buena fe de una relación

Y este año también ha pasado.

No es de extrañar que, como en años anteriores, se vuelvan a repetir las visitas sorpresa de los cuerpos de Inspección de la AEAT a los casales falleros durante los días previos a la plantà, fechas en que se corre a contrarreloj para llegar a tiempo de tener los ninots en la calle, con la mejor presentación y entorno posible para ser juzgadas, y las carpas y servicios funcionando para atender a propios y extraños durante las fiestas más famosas de España.

Que si uno lo piensa, es como cuando la novia se prepara para casarse, fagocitada por peluquería, maquillaje, los arreglos del vestido de la última prueba y demás incidentes imprevisibles que siempre detonan en tiempo añadido. ¿De verdad es el momento adecuado para que se persone el novio a pedirle los justificantes del primer pago del restaurante del banquete, contratado hace 10 meses, o los tickets de compra del detalle para la madre del novio que compraron juntos en su último viaje?

«Cariño, no es el momento«, diría ella con seguridad. Que ha habido días de sobra para pedir documentación acreditativa de ingresos y gastos, y los habrá después del «día D«, porque la novia, igual que las comisiones falleras, tienen domicilio determinado y conocido, y tiempo para atender estas cuestiones fuera de su gran evento.

No dice nada bueno de uno que aproveche los momentos de máxima actividad y estrés para exigir atención al otro. Más bien se presume, desde fuera, que la intención es provocar agobio, sobrecarga de tareas y consecuentemente errores involuntarios en plazo o contenido. Y el que piense que esto comprende alguna consideración o empatía con el otro, se equivoca. Más bien representa un afán inhumano y egoista de mirar solamente por uno mismo, cuando paradójicamente no se es capaz de percibir que en este caso el bien de uno viene a consecuencia del bien del otro, que lo genera.

Y más aún, como el novio que presume sin pruebas que le has sido infiel, y te exige que demuestres tu inocencia, mostrándole tus conversaciones privadas de WhatsApp, así se siente el proceso de inspección tributaria, con una sospecha de infidelidad fiscal permanente, donde aún habiéndole entregado las pruebas convenidas por la normativa, no le resultan suficientes en muchos casos y obligan a acreditar de la manera más bizarra que dichas pruebas son efectivamente ciertas. Igual que tener que llamar a tu amiga con el manos libres para que corrobore que ayer estuviste con ella a pesar de haber enseñado con anterioridad varias fotos que lo demuestran.

Que tóxico todo, como dirían los centennials.

Los que somos más veteranos, le diríamos a la AEAT lo mismo que Lola Flores a sus fans en la boda de su primogénita: «Si me queréis, irse«. 

Que ya habrá tiempo y maneras de arreglar nuestras cositas de pareja. Aunque con el comportamiento de la AEAT, cada vez más agresivo, una acaba pensando que se trata de otro amor que se prevé imposible.

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